A los 11 años, cuando cursaba 6º de E.G.B. Doña Elia, la maestra de lenguaje, nos pidió que inventáramos un cuento navideño y que nos aplicáramos todo lo que pudiéramos en él, ya que iban a ser presentados para un concurso de relatos cortos. Íbamos a competir con otros colegios.
La idea me sedujo y no hizo falta que el último día de plazo para entregar el cuento doña Elia me echara bronca y me castigara a quedarme una hora después de clase para terminarlo, como era habitual. Por primera y última vez en lo que llevo de historia, el trabajo encargado estaba listo y a punto en el día y hora señalados. Doña Elia se quedó «muerta»…no se lo esperaba de mí.
Era un cuento de Navidad, es lo único que recuerdo de lo que escribí ya que el relato se perdió. Tampoco recuerdo si el concurso era a nivel insular, provincial o nacional. Supongo que si lo gané seria porque era al más pequeño nivel. Lo mismo solo era un concurso entre los colegios de la capital de mi isla…no sé, pero gané. Mi cuento fue relatado por una emisora de radio que tampoco sé cual fue porque no lo oí. Me lo dijo doña Elia en medio de toda la clase. Mientras ella se hinchaba (aún más de lo que por naturaleza era) a causa del orgullo de maestra. Yo me convertía en un diminuto punto de color «rojo vergüenza» contrayéndome sobre el pupitre e intentando evitar los 39 pares de ojos que se clavaban a la vez sobre mí…qué mal trago.
El premio consistía en un lote de libros, pero no para mí. El premio era para el colegio y los libros para todas nosotras. Cada niña se fue a casa con un libro más en la mochila y a mí, por haber escrito el cuento ganador, me dejaron elegir entre todos aquellos libros el que más me gustase.
Elegí uno no muy gordo…finito…de bolsillo…un libro cómodo vamos. Tenía las tapas azul celeste y una fotografía en sepia de un edificio gótico en ruinas. Junto al edificio crecía un árbol de ramas tortuosas, sin una sola hoja.
Si, lo elegí por la portada. Yo no tenía costumbre de leer si no era a cogotazos y, claro, no tenía ni idea de quién era Gustavo Adolfo Bécquer. Y mucho menos sospeché que él iba a ser mi primer gran amor…platónico, como deben de ser los grandes amores.
El libro era una recopilación de algunas de las leyendas que escribió Bécquer. Jamás imaginé que se pudieran sentir tantas emociones con un libro. Ya había leído algunos antes, claro, pero éste quizás al ser una especie de trofeo para mí, lo disfruté muchísimo más. Nadie me lo había regalado, me lo había ganado yo solita. Aparte de esto, que quizás sirvió para que me animara a abrir sus páginas, el libro era y es una pequeña joya y creo que ha sido una de las pocas elecciones acertadas que he hecho en mi vida.
Mi leyenda preferida sin duda es «El rayo de Luna» . Es un relato que como dice el propio Bécquer:
«Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.
Otro, con esta idea, tal vez hubiera hecho un tomo de filosofía lacrimosa; yo he escrito esta leyenda, que, a los que nada vean en su fondo, al menos podrá entretenerlos un rato.»
Pues yo vi algo en su fondo y he tenido la oportunidad de comprobar como él decía, que en ocasiones el muchas veces sobre valorado amor solo es un rayo de luna.
Otra de las leyendas que destacaría sería «El miserere«. Me gustó mucho esa leyenda y a raíz de ella, me dio por escuchar cantos gregorianos. Carlitos «el chino», hermano de mi amiga Belén, tenía un disco llamado «Magyar Gregoriánum 2», grabado por unos monjes húngaros. Me lo pasó a casete y solía escucharla encerrada en mi habitación mientras leía el miserere, en plan mística total.
Al final Carlitos acabó regalándome el disco, que también guardo con mucho cariño porque Carlos antes preferiría perder un ojo que desprenderse de uno de sus adorados discos. El hecho de que me lo regalase al cabo de al menos 10 años desde que le pedí que me lo grabara me da para calibrar lo mucho que me aprecia. Él forma parte de mi familia elegida.
Pero lo que me ha impulsado a escribir este post ha sido la similitud que he encontrado entre la leyenda de «Los ojos verdes» y un video de Evanescence que encuentro muy Becqueriano. A mi me parece una mezcla de esta leyenda y «El rayo de luna». La cantante muy bien podría ser la mujer que persigue Manrique por todas las callejuelas de Soria, y sin embargo acaba siendo el espíritu del lago que hechiza a Fernando en «Los ojos verdes».
Tengo una asignatura pendiente con mi amado Bécquer, las rimas. Pero a mí con la poesía me pasa lo mismo que con el jazz…no acabo de captarlos.
Aquí os dejo el enlace para llegar a todas las leyendas y demás escritos de Bécquer.